Había ocurrido todo muy rápido. La chica a la que había visto en el andén le había prestado ayuda... Y él, tumbado boca arriba en la cama de un diminuto cuarto en un hostal, pensaba en ella. Sus rasgos, su piel pálida, su mirada triste, se habían quedado flotando en la mente del muchacho. El insomnio volvía a visitarle. Eso, y las constantes llamadas desde su casa al móvil. Cada cinco minutos. Sabía que estaban preocupados, y no sabía si tendría que haber aceptado el dinero. Ni siquiera sabía quién era ella. Alrededor de las cuatro de la madrugada mandó un SMS a su madre. "Estoy bien" versaba en él. El sueño venció, por suerte, al insomnio, y cayeron sus párpados sobre sus azules ojos.
Cuando despertó contó lo que le quedaba de dinero. Apenas tres euros, quitando lo que le había costado aquel cuartucho. Se levantó sin saber qué hora era. Su móvil se había quedado sin batería y se había parado su reloj digital, apagándosele la pantalla. Tiró ambos al fondo de su mochila.
Ahora no tenía Tiempo, ni Dinero, ni lazos que le atasen. Podría decirse que era un alma libre destinada a morir. Le rugió el estómago. Haciendo la cama, cogiendo su mochila y pagando el cuarto en recepción, salió de la casucha que hacía de hostal. Vestía los mismos pantalones negros y camiseta azul oscura que el día anterior.
Sintió el aire fresco en la cara. No conocía la ciudad; lo único que le resultaba familiar, y que pensaba que no volvería a ver, era aquella muchacha. Era como un ángel, ¿Sería por aquel acto desinteresado de ayudarle?
Pasó frente al banco donde había pasado horas el día anterior. Estaba vacío. Comenzó a andar más lento, intentando captar todo en busca de ella. Ella. Pero no pudo verla y se adentró en un callejón plagado de cafeterías. Una de ellas anunciaba un desayuno más barato que el de los demás.
Café y bizcocho por 1'5 €
Su estómago rugió para recordarle el hambre que tenía.
Mirando brevemente los precios de los demás locales, entró en este. Un espacio
amplio y de decoración sencilla le dio la bienvenida. Era luminoso y el olor a
café inundaba el ambiente. Un muchacho joven, quizás unos años mayores que él,
hacía el café mientras charlaba con una anciana que se retiró a una mesa junto
a la ventana una vez estuvo hecho. Una pareja de mediana edad y dos muchachas
jóvenes charlaban tranquilamente.
Enol avanzó con pasos nerviosos.
– El desayuno que anuncian...
–Café y bizcocho por euro cincuenta. – Contestó el
dependiente, observándole con curiosidad, pues su acento no era de aquella
ciudad.
– Sí, uno de esos, por favor.
El muchacho de la cafetería intentó entablar conversación,
pero él se mostraba esquivo y sombrío. Cogió rápidamente el desayuno y se
retiró a un lugar algo más oscuro a devorarlo a pesar de sus intentos de
contenerse. La anciana y las jóvenes le miraban con curiosidad; él parecía no
verlas. Se acabó el bizcocho demasiado pronto y se quemó la lengua con el café,
soltando alguna palabrota entre dientes al hacerlo.
Alzó la mirada al terminar y cada uno de los presentes
volvió a sus conversaciones o quehaceres. Aquello le irritó. No soportaba a la
gente cotilla. Paseando la mirada por su alrededor, su mirada azul topó con
algo; un piano, en la esquina. ¿Cómo había podido no verlo? Se aproximó al
chico del mostrador.
– ¿Puedo usar ese piano? – Preguntó.
– ¿Cómo te llamas? – Respondió él, a su vez, con una
pregunta y media sonrisa.
– Enol. – Contestó el muchacho, a regañadientes, clavando
sus ojos en los del otro.
– Claro que puedes, Enol.
Se miraron unos instantes más. Después, Enol se giró y se
dirigió al piano. Paseó sus dedos por las desnudas teclas antes de sentarse,
sacando la libreta de su bolsillo y colocándola frente a él. Habría tocado la
partitura para aquella chica del tren, la que había perdido... Pero la había perdido.
Había salido volando.
Abrió la libreta por la última página escrita, observando con
gesto preocupado el hecho de que únicamente le quedaban diez caras de
partituras.
"Perdición" la había titulado.
Sus dedos comenzaron a volar sobre las teclas del piano.
Comenzó con ello a fluir la música a su alrededor. Cerró los ojos con fuerza durante
el momento más intenso, la subida al tren; iba ganando velocidad cuanto más
lejos se hallaba de casa. Perdió más todavía la noción del Tiempo. Él era
Música. Él, el muchacho de los ojos azules, la sonrisa casi invisible, los
cabellos negros y rizados. Él.
Era la primera vez que tocaba frente a alguien; mucho menos
frente a tanta gente.