Hay algunos que dicen que en otro lugar en este mundo hay alguien esperándonos. En eso pensaba él, en el trayecto final de unas vías de tren que recorrían muchísimos kilómetros, únicamente acompañado por el Silencio y una partitura en la que escribía con su habitual bolígrafo negro de tinta líquida.
Él era la canción que nadie quería escuchar, la calle que nadie quería recorrer, el libro que nadie quería leer; sin embargo, muchos se asombraban ante sus obras musicales expuestas en las redes sociales ocultas tras un pseudónimo.
Quizás por esa razón él se sintiese el fantasma de su música, la sombra, la mano que únicamente la escribía...
Sus pantalones vaqueros, rotos, se divertían arrastrando los bajos por el suelo polvoriento de aquel seco lugar del centro de la península. Su camiseta era sencilla, oscura, como su mirada; tras ella podían ocultarse los más oscuros abismos por los que sólo él se atrevía a saltar, siempre en la más agonizante soledad.
– ¡Joder! – Gritó.
Necesitaba gritar.
Algo le oprimía el pecho, las ganas de repetir su acción.
Pero no lo hizo.
Simplemente, se sentó lentamente en el suelo de tierra roja, pedregoso y poblado de hierbajos secos, dobló las rodillas y escondió su cabeza entre sus piernas, emitiendo un sollozo sordo que llevaba demasiado tiempo oculto tras la tráquea.
Se abrazó las rodillas con fuerza, olvidándose de sujetar con la misma energía el folio de una bonita partitura de piano dedicada a una chica a la que no conocía más que de pasada, "La chica del tren", una muchacha a la que él estaba seguro de que no volvería a ver.
Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y se dio cuenta de que no estaba del todo muerto por dentro (ni por fuera).
El folio se fue alejando con las rachas de viento, enganchándose en los obstáculos y continuando un extraño vaivén que formaría su trayecto.
Y él se quedó ahí.
Sin palabras, asi es como te deja esto.
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